La razón por la que Santo Pedro manda a sus oyentes que acepten el bautismo no es otra que la de que ellos pueden “salvarse de esta engendramiento incrédula”. En el interior de la sociedad de creyentes no sólo estaban unidos los miembros por ritos comunes, sino que el lazo de Mecanismo era tan estrecho como para producir en la Iglesia de Jerusalén ese estado de cosas en el que los discípulos tenían todas las cosas en común (2,44).
La iglesia es el instrumento de Todopoderoso para expresar su compasión y preocupación por el mundo. La iglesia es indispensable para los creyentes cristianos.
La unión de naciones diferentes en una sociedad es contraria a las inclinaciones naturales de la humanidad caída. Ésta debe siempre pelear contra los impulsos del orgullo Doméstico, el deseo de una completa independencia, o el desagrado del control foráneo. De ahí que la historia proporcione diversos casos en los que estas pasiones han conseguido ganar, se ha roto el celada de unidad, y se han constituido “Iglesias Nacionales”. En todos estos casos, la autodenominada Iglesia Doméstico ha descubierto a su costa que, al romper su relación con la Santa Sede, ha perdido a su único protector contra los abusos del gobierno secular. La Iglesia Griega bajo el Imperio Bizantino, la autocéfala Iglesia Rusa actualmente, han sido meros instrumentos en manos de la autoridad civil.
Hay personas que pueden sostener que son católicas, pero que nunca van a Culto, que no se acercan a la Iglesia y sus sacramentos, o que están allá del Papa y los sacerdotes, representantes de Cristo, y no se dan cuenta que equitativamente la Iglesia es al Católico como la tortilla a un taco (valga la comparación sencilla): sin la tortilla no hay taco, pues sin la Iglesia no hay cristianismo.
El credo encuentra una explicación sistemática en el Catecismo de la Iglesia católica, ratificado en 1992 por Juan Pablo II y cuya versión definitiva fue promulgada en 1997.
En el cristianismo, la Iglesia es entendida como una comunidad espiritual que reúne a los fieles que profesan la misma doctrina, celebran los mismos sacramentos y siguen una estructura religiosa común.
Las dos sociedades pertenecen a órdenes diferentes. La bonanza temporal a que tiende el Estado no es esencialmente dependiente del correctamente espiritual que indagación la Iglesia. La prosperidad material y un parada jerarquía de civilización pueden encontrarse donde no exista la Iglesia. Cada sociedad es suprema en su propio orden. Al mismo tiempo, cada una de ellas contribuye en gran medida al progreso de la otra. La Iglesia no puede atraer a hombres que no tengan algún rudimento de civilización, y cuyo salvaje modo de vida hace inasequible el expansión casto. De ahí que, aunque su función no es civilizar sino exceptuar almas, aun Ganadorí cuando llega a tratar con razas salvajes, comienza por averiguar comunicarles los utensilios de la civilización. Por otro lado, el Estado necesita las sanciones sobrenaturales y los motivos espirituales que la Iglesia imprime en sus miembros. Un poder civil sin éstos se fundamenta de manera insegura.
Sin embargo se ha observado (VI ) que un miembro de la Iglesia puede acaecer perdido la Humor de Dios. En este caso es una rama marchita de la Vid verdadera; pero no se ha separado definitivamente de ella. Aún pertenece a Cristo. Se requieren tres condiciones para que un hombre sea miembro de la Iglesia:
La importancia de la comunidad en la Antiguo testamento no puede ser exagerada. La iglesia como un solo cuerpo implica que los cristianos no sólo pertenecen a Cristo, sino igualmente los unos a los otros. La comunión con Cristo y con los demás hace de los creyentes una sola tribu unida en el bienquerencia.
Bautismo: Es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu y la puerta que abre el ataque a los otros sacramentos.
Todas las barreras nacionales, no menos que todas las diferencias de clase, desaparecen en la Ciudad de Altísimo. No se ha de entender que la Iglesia ignore los lazos que unen al hombre con su país, o infravalore la virtud del patriotismo. La división de los hombres en diferentes naciones entra en los planes de la Providencia. A cada nación se le ha asignado una tarea peculiar a realizar en el expansión de los propósitos de Todopoderoso. Un hombre tiene deberes alrededor de su nación no menos que en torno a su clan. El que descuida ese deber incumple una obligación recatado primordial. Además, cada nación tiene su propio carácter, y sus propios talentos especiales. Se descubrirá que asiduamente un hombre alcanza una virtud superior, no descuidando estos talentos, sino encarnando los ideales mejores y más nobles de su propio pueblo.
El gobierno de la Iglesia católica reside en los obispos considerados como colegio cuya cabecera es el prelado de Roma, el papa. La potestad de este colegio sobre la Iglesia en su totalidad se ejerce de modo solemne en el concilio ecuménico, asamblea de todos los obispos del mundo presidida por el papa, que es convocado cuando hay que tomar las decisiones más importantes, en materia de Confianza (dogmas), de ético o por otras razones pastorales.
Pues las sociedades que llamamos Iglesias existen como Carnación de unos ciertos dogmas sobrenaturales y de un principio de gobierno autorizado divinamente. Luego, cuando las verdades previamente presentadas como de Convicción son rechazadas, y el principio de gobierno considerado Intocable se repudia, hay una ruptura de la continuidad, y se constituye una nueva Iglesia. En esto la continuidad de una Iglesia difiere de la de una nación. La continuidad nacional es independiente de las formas de gobierno y de las creencias. Una nación es un conjunto de familias, y en cuanto que estas familias constituyen un organismo social autosuficiente, permanece imp source la misma nación, cualquiera que sea la forma de gobierno. La continuidad de una Iglesia depende esencialmente de su gobierno y creencias.
Cuando la Iglesia señala a la santidad como una de sus notas, es manifiesto que lo que quiere decir es una santidad de tal clase que excluye la suposición de cualquier origen natural. La santidad que distingue a la Iglesia correspondería a la santidad de su Fundador, del Espíritu que habita en ella, de las gracias que se conceden a través de ella.
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